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Archivos diarios: 25 de agosto de 2014

Domingo 21º Ordinario: Is 22, 19-23; Rom 11, 33-36; Mt 16, 13-20.

 

plegaria          iconojesús

Muchos han respondido a lo largo de estos dos milenios a la pregunta que Jesús dirigió a sus discípulos en Cesarea: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Conservamos las respuestas de biblistas y teólogos; de pastores y místicos; de filósofos, poetas y creadores de opinión; de pintores, escultores y músicos; de devotos, admiradores y detractores. Además, miles de personas anónimas se han enfrentado a esa pregunta, aunque no conozcamos sus respuestas. Ha habido épocas en las que la segunda persona de la Trinidad ha oscurecido al hombre Jesús. En otras, se ha insistido tanto en su humanidad que se le equiparaba a personajes como Gandhi o Gautama. Unas veces se subraya su dedicación al anuncio del reino y otras, su poder taumatúrgico. En unos foros se le ve como el defensor de los pobres frente a los poderosos y en otros, como el que libera al hombre de sí mismo y lo reconcilia con Dios.

Puede afirmarse que cada cual tiene su idea de Jesús y la expresa a su manera. Es cierto que algunas de estas ideas no se ajustarán a la verdad, pero muchas otras, aunque distintas, se complementan. Y es que la pregunta que nos formula Jesús no se dirige a nuestra inteligencia, sino a nuestra experiencia de él. Sabemos que no hay dos personas iguales y, por tanto, las experiencias con sus respectivas formulaciones difieren entre sí. Es más, el ser humano está en permanente desarrollo. Sus convicciones adquieren nuevos matices con el paso del tiempo y, a veces, cambian. Su sensibilidad se afina o se endurece. Sus valores sufren modificaciones y sus necesidades varían según las circunstancias y la edad. Si Jesús me dijera ahora: Y tú, ¿quién dices que soy yo?; contestaría sin dudar: ‘Tú eres el Señor’. Sin embargo, si hubiera tenido que responder cuando era niño, hubiera dicho: ‘Tú eres mi amigo’. Recuerdo que era un muchacho de unos quince o dieciséis años, cuando contesté: ‘Jesús es una chalupa en un naufragio’.

Con todo esto quiero animarte a que desciendas a tu propio corazón y busques tu propia respuesta a la pregunta de Jesús. Podrías repetir las palabras de Pedro: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Pero no sería tu respuesta, la formulada desde tu personal experiencia y con tu particular forma de expresión. Por otra parte, no olvides la bienaventuranza con la que Jesús bendice a Pedro: Dichoso tú, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Así que no emprendas tu búsqueda solo. Deja que el Espíritu que conduce hacia la verdad plena te guíe hasta la revelación que quiera hacerte hoy el Padre. Y no te conformes. No dejes de buscar, de experimentar a Jesús. No te aferres a lo que hoy dices de Jesús, pues su misterio es demasiado grande y tus palabras no pueden describirlo. El Padre te hará nuevas revelaciones en el futuro, que expresarás con palabras nuevas o nuevos colores o nuevos acordes. Y tú, ¿quién dices que soy yo?

Rafa Chavarría

 
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Publicado por en 25 de agosto de 2014 en Biblia, Lectio Divina

 

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