He trepado a lo alto de un cerro. Desde esta altura oteo el horizonte y ya puedo adivinar el final de mi peregrinaje. Creo que no tardaré más de una semana en alcanzar las tierras habitadas y regresar a la civilización. Han sido muchos días de soledad y de bucear en el mar tenebroso de mis adentros, de avanzar a fuerza de instinto de supervivencia, de sobrevivir apenas con lo imprescindible, de altibajos emocionales, de mañanas de euforia y atardeceres de desesperación. Es un consuelo atisbar la linde del desierto y reanima pensar que pronto regresaré a la seguridad de lo cotidiano y habitual.
Se está bien aquí arriba…
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